A continuació us deixe un text que he llegit hui. Es una historieta d'un corredor espontani en la que apareixen i he destacat alguns consells que tot runner coneix perque en les seves primeres carreres ha sentit i patit. Ahí va!!!
Un relato sincero de cómo alguien que
conozco se convirtió en un runner, aun siendo gordito y cuarentón.
Mi amigo es de esos que son alérgicos al deporte. Hasta hace
año y medio tenía el cuerpo a estrenar, deportivamente hablando, claro. Tenía
las rodillas en rodaje y menos tensión muscular que Torrente.
Le sobraban todas las comilonas de los
últimos 10 años, y daba una clase de pádel semanal, como si eso le sirviera de
bula para comer el resto de la semana con salsa.
Un día su profesor de pádel, le dijo
que con sus nuevas zapatillas no eran apropiadas para el padel. “No son tan
feas”, dijo él. “Son de running, no puedes jugar con eso”, le contestó el
profesor. Ahí acabó la clase para él. Las había sacado de un cubo de ofertas de
Decathlon y únicamente se había fijado en que no fueran una feria de colores.
Al volver a casa decidió probarlas
corriendo, ese fue su primer contacto con el running. Ni una decisión meditada,
ni una vocación, ni desde luego una promesa. Solo el remordimiento de tener
unas zapatillas de oferta sin estrenar.
En aquel primer amago duró unos dos
minutos corriendo, lo que duraba la cuesta abajo. Pero pudo comprobar que las
zapatillas eran blanditas. Le gustó la cosa. Se sentía bien, hasta que notó que
le ardía la cara del calentón.
Pero al día siguiente la sensación fue
penosa. Se propuso llegar hasta la caseta del guardia, unos 500 metros, pero no
había tenido antes su clase de pádel y fue como empezar a correr sin pan.
Aguantó tres minutos y con los pulmones como embutidos dentro del pecho. La
primera lección fue entender que uno aguanta más cuando está
activado que cuando empieza a correr de cero. Así cada cuatro días,
o así, lo intentaba de nuevo. 5 minutos, 6 minutos, 3 otra vez, ¡ida y vuelta a
la caseta!
Un día bajó al pueblo donde hay un
carril bici llano. Había visto a gente correr por allí. Corrió hasta el final
de la primera recta…, unos 700 metros, y otros 300 metros extra de vuelta. ¡Qué
derroche! Como puede verse, eran cifras de vértigo. Y aunque él lo llamaba
correr, en realidad, aquello era una especie de trote pesado. Masas en
suspensión rebotando de lado a lado y cayendo a plomo en cada pisada. Algo
digno de verse a cámara lenta y alta definición.
Aun así aprendió otra lección: hay que evitar las cuestas, agotan físicamente y mentalmente, son como
un muro. Hay que buscar el mínimo esfuerzo. Y si una semana no le
apetecía correr, no corría y punto. Decidió intentar siempre
quedarse con buenas sensaciones. Él era un sedentario profesional y sabía de qué
hablaba.
El caso es que aquel territorio llanito
se lo puso fácil. Empezó a dar la tabarra a los amigos, sobre todo a mí. Nos
contaba sus logros de 7 minutos, 10, ¡15! Generalmente, la señal para pararse
era el color rojo de su cara y la sensación de perder el páncreas. Pero iba
tomando medidas muy básicas. Se apuntó la lección número 3: tomar referencias estaba bien, resultaba útil estar entretenido y con
algo en que pensar en medio de tanta agonía. Según él, no había un
rendimiento real que medir, más allá de discernir si estaba agónico o solo
extenuado. No había matices, siempre era un poema cada vez que acaba de correr.
Un día cualquiera alcanzó la barrera de
los 25 minutos. Había leído que a partir de una distancia o
tiempo uno empieza a estabilizarse. Comprobó cómo al cabo de un rato
los jadeos agónicos ya solo eran resoplidos de caballo. Y paró. No porque
estuviera al borde del colapso, sino porque había llegado al tiempo. Otra
lección más: Hay que escuchar música para no oírse uno mismo
respirar como un mamut en fuga. Eso hace que el tiempo se pase mejor.
Habían pasado unos tres meses y la cosa
ya le entretenía. Había llegado a entender y sentir eso de ‘estabilizarse’ que, básicamente, significa “descubrir espacios de tiempo en los que has dejado de pensar en el
sufrimiento y te has distraído pensando en otras cosas sin dejar de correr”.
En su cumpleaños, los amigos, aburridos
de sus reportes, le regalamos un Nike Plus. Momento en que empezó a medir mis
carreras. Le apetecía tanto estrenarlo que un 5 de diciembre, a unos 4 grados
de temperatura, corrió 5 kilómetros. Resulta que aquella ruta que decía correr
cada 3 o 4 días sí tenía esa distancia.
Aquel invierno pasó por la fase “soy un
corredor medio profesional, necesito de todo”. Y no exagero. Empezando por unas
Nike Vomero 4 (las “zapas” más caras y blanditas que encontró) rodillera de
refuerzo, luz por si oscurecía, pulsómetro, ropa técnica, calcetines
especiales, taloneras de gel, calzón térmico antirrozaduras, el sensor Nike
plus, el iPod, gorro, guantes y cuello térmico. Una fiesta (de disfraces).
Tardaba 5 o 6 minutos en prepararse para luego correr 30.
Cada día que superaba su distancia
volvía a casa esperando verlo en el telediario. Henchido e hinchado. Así, el
paso de los 5 a los 6, los 7 y los 8 Km solo fue cuestión de tiempo. Pero
estaba claro que ya tenía el veneno dentro.
Se empapaba de información, leía
revistas y buscaba recorridos en Internet. Acumulaba ropa de deporte en casa. Y
no lo dejaba. Simplemente, seguía para acumular kilómetros, como cuando un niño
ahorra para comprarse algo.
Cada una de las sesiones era diferente:
“Un día te gusta, otro lo odias. Un día crees que tu ritmo inicial es alto, y
al otro que te ha sentado mal la comida. El lunes te paras, el miércoles
reinicias. Día tras día, kilómetro a kilómetro, aprietas, desistes, mejoras,
dudas, reniegas, te impacientas, disfrutas, te sientes el rey del mundo, pasas,
te gustaría haber corrido más, te quedas sin aire, luego esprintas…” Lo único
que si se repetía era lo orgulloso que parecía al acabar.
Para mi amigo el gordito, correr no es
un momento idílico para desconectar. Se pasa el trayecto pensando en cuánto
lleva y cuánto le queda. “La música es importante, porque si te distrae 3
neuronas, son 3 neuronas menos que piensan en lo cansado que estás”.
Intentó buscar compañeros de hazañas,
pero pronto aprendió que era incapaz de correr y hablar a la vez, mas allá de
un sihhh o nohhhh coincidiendo con la expulsión del aire.
Siguiente reto: Una carrera popular de
10Km. Aunque solo fuera por estadística, acabó encontrando a gente que también
corría y entre todos le convencieron: “Tienes que hacer una carrera popular de
10 Km”. Él sólo estaba preocupado por las malditas cuestas y no dejaba de
preguntarse: “¿Qué pintamos mi barriga y yo con toda esa gente delgadita
vestida de colores?”. Aún así se apuntó. No supo decir si se le hizo corto o
largo. El caso es que lo hizo en 55 minutos y se enteró toda España. Proeza
total, incluso adelantó a gente en carrera.
Después corrió la de Aranjuez en 54
minutos. Se pasó gran parte de la carrera detrás de una chica bajita y otra más
atlética que iban hablando. Por explicarlo con sus propias palabras: “A la
bajita de la malla azul eléctrico parecía que iba a estallarle la lycra”. Al
parecer era todo un juego de inercias, carne y pasitos cortos, y no era capaz
de adelantarlas. Otra nueva lección: Si no eres competitivo, mejor.
No te molestará tanto que te adelanten, solo si, quien lo haga, esté
más rematadamente gordo que tú.
Ahora tocaba mejorar ritmos. Aquí sí
que no ha habido manera. Sigue corriendo como un tractor a su ritmo de 5,5 o 6
minutos por Km. Ese ritmo le resulta cómodo. La parte competitiva no le
entusiasma, y todo el mundo le insiste que tiene que hacer series para mejorar.
Hacer series, según él, es básicamente correr a ratos como si le persiguiera un
perro y volver a la fase de jadear y a soltar el páncreas por la boca. Ha
llegado al punto de disfrutar corriendo, de buscar recorridos en los gozar del
paisaje y del reto.
Los registros de su Nike plus siguen
marcando unos 20 o 25 kilómetros por semana, sin que nadie tenga que recordárselo.
Y claro, tarde o temprano los 1.000 kilómetros tenían que llegar.
Mi amigo sigue estando gordito, pero tiene un corazón como el de Induráin.
Confiesa abiertamente que corre para seguir comiendo como un campeón. En eso no
tiene rivales. Le sobran solo algunos kilos menos, pero tiene unas piernas que
le sujetan cuando sube o baja escaleras.
Viendo sus registros escritos, siguen
pareciendo increíbles. ¡Ha corrido 1.000 kilómetros en unas 120
sesiones/torturas! Eso equivale a más de una San Silvestre a la semana durante
año y medio. Ha corrido más de 100 horas. Se ha lanzado por prados, caminos y
hasta autopistas, jugándosela, y en sus trayectos ha llegado hasta las playas
de Santa Mónica en Los Ángeles. ¿Se puede ser más runner?
Como puede verse y leerse, es un
superhéroe. Lo sé porque ni uno solo de los días en los
que ha corrido ha dejado de tener esa increíble sensación en la ducha. La de
ser un campeón. Ese es el veneno.
Y escribo esto en tercera persona
porque me sigue pareciendo increíble haberlo hecho. Es como si el gordito fuera
otro y no yo.